Cuando damos a un hombre o a una mujer
el lugar que sólo Dios debe ocupar, seremos amargamente decepcionados. Pronto
aprenderemos que los mejores hombres son nada más que hombres. Aunque tengan
muchas cualidades, sin embargo tienen aún pies de hierro y barro. Esto pudiera
parecer cinismo, pero no lo es. Es realismo.
Cuando los ejércitos invasores
amenazaban a Jerusalén, el pueblo de Judá buscó a Egipto para su liberación.
Isaías los denunció por darles esa confianza inmerecida y les advirtió: “He
aquí que confías en este báculo de caña frágil, en Egipto, en el cual, si
alguien se apoyare, se le entrará por la mano, y la atravesará. Tal es Faraón
rey de Egipto para con todos los que en él confían” (Isa_36:6). Más
tarde, Jeremías declaró algo semejante en circunstancias parecidas: “Así ha
dicho Jehová: Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su
brazo, y su corazón se aparta de Jehová” (Jer_17:5).
El salmista mostró un gran
conocimiento del tema cuando escribió: “Mejor es confiar en Jehová que confiar
en el hombre. Mejor es confiar en Jehová que confiar en príncipes” (Sal_118:8-9).
Y de nuevo: “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay
en él salvación. Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día
perecen sus pensamientos” (Sal_146:3-4).
Por supuesto, debemos reconocer que
hay un sentido en el que debemos confiar en los demás. ¿Qué sería de un
matrimonio, por ejemplo, sin una medida de confianza y respeto? En el terreno
de los negocios, el uso de cheques como moneda se basa en un sistema de
confianza mutua. Confiamos en los médicos para diagnosticar y prescribir
adecuadamente. Confiamos en las etiquetas que vienen en las latas y paquetes de
comida que compramos en el supermercado. Sería casi imposible vivir en
cualquier sociedad sin confiar en nuestro prójimo en alguna medida.
El peligro está cuando confiamos en
que el hombre puede hacer lo que sólo Dios puede hacer, despojando a Dios de Su
trono y sentando en Su lugar a un simple mortal. Quienquiera que desplaza a
Dios de nuestro afecto, intenta tomar Su lugar en nuestra confianza, y se
adueña de cualquiera de Sus prerrogativas sobre nosotros, aquél sin duda nos decepcionará
amargamente. Nos daremos cuenta demasiado tarde de que el hombre no es digno de
nuestra confianza.
Devocional
MacDonald
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