Entre Gerizim y Ebal
Oirás,
pues, la voz de Jehová tu
Dios, y cumplirás sus mandamientos y sus
estatutos, que yo te ordeno hoy. Y mandó Moisés al pueblo en aquel
día, diciendo: Cuando hayas pasado el
Jordán, éstos estarán sobre el monte
Gerizim para bendecir al pueblo: Simeón,
Leví, Judá, Isacar,
José y Benjamín. Y éstos estarán sobre el monte Ebal para pronunciar la
maldición: Rubén, Gad, Aser,
Zabulón, Dan y Neftalí. Y hablarán los levitas, y dirán a todo varón de Israel en alta voz… Deuteronomio 27:10-14 RV60
Al transponer el río Jordán para entrar en la
Tierra Prometida, Moisés por orden de Dios distribuyó al pueblo; seis tribus a
cada lado, entre dos colinas ubicadas en los montes de Samaria a ambos lados de
Siquem: Gerizim y Ebal. En aquella memorable ceremonia, se renovaría el pacto
con Dios y se pronunciarían maldiciones y bienaventuranzas. Las primeras desde
Ebal; las bendiciones desde Gerizim. Las maldiciones, sobre doce violaciones a la
Ley.
Las
bendiciones -seis- (Deut. 28:1-14),
consecuencia directa de la obediencia a Dios. Y el pueblo, a la
pronunciación de cada una de ellas, debía asentir con un “amén” (así sea).
En esta oportunidad, Moisés, uno de los más
formidables líderes de todos los tiempos, pronunciaría su último discurso. El
no vivió sus últimos días sobre este mundo para entrar en la Tierra Prometida.
Es curioso que años después de esta solemne
ceremonia, donde el pueblo estaba entregadísimo en obediencia y devoción a
Dios; toda la paz, bienestar y bendiciones de que gozaría como fruto de una
buena relación con el Altísimo, caerían y vendrían sobre Israel la enfermedad,
la derrota, el hambre, la servidumbre y por último el cautiverio como
consecuencia de su altivez, idolatría y desobediencia.
Con nosotros hoy no suceden cosas muy diferentes.
Estas promesas de Dios fueron en su momento, para el pueblo de Dios, Israel.
Hoy, la Iglesia somos su pueblo; por lo tanto son extensivas también a
nosotros, lo cual a menudo nos pone entre Gerizim y Ebal.
Bien es cierto que no podemos escapar a esta
naturaleza corrupta heredada de nuestro padre natural Adán. Hasta nuestro tan
necesario respirar está inmerso en pecado. Por lo cual, si de nosotros
solamente dependiera, Dios ya no estaría junto a nosotros. ¿Qué hace la
diferencia, entonces?
Un corazón contrito y humillado que sólo mira a
Jesús, como fuente de toda pureza, hermosura, por cuya sangre y cruento
sacrificio en la cruz, fuimos hechos aptos para estar ante la presencia de
Dios.
¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?
La cual,
habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron,
testificando Dios juntamente con ellos,
con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del
Espíritu Santo según su voluntad. Hebreos 2:3-4 RV60)
Autor: Luis Caccia Guerra
Escrito para www.devocionaldiario.com
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